martes, 1 de abril de 2014


Teoría de la relatividad

            Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión. Él salió del baño y caminó hacia la mujer de cabello negro. Al pasar junto a ella, le susurró al oído:
            -Acá tenés los papeles. A papá le gustaría.

            Y, al acomodarse, vio cómo el sol también se reflejaba en la ciudad, que se achicaba y a la que ya podía abarcar por completo con su mirada: la inmensa urbe donde había nacido y crecido y cuyos límites en otro tiempo se le habían antojado impensables. Allí quedaban los restos de su padre. Entonces se cuestionó tristemente si el amor podría ser tan relativo como el espacio o el tiempo.


Microrrelato para el concurso de microrrelatos de Grupo Prisa 2013

19 de octubre de 2013
(Consigna Grafein Principio, Medio y Final Dados)

Cajones y Pescado

            Una fría neblina llegaba desde la bahía atravesando los bosques. El viejo arponero de la diminuta ciudad de Heimlich, como todas las noches, bajaba su botín: la pesca del día. Los cubos de hielo que usaba para conservar el pescado fresco se apilaban junto su pequeño bote, en el último muelle del fondeadero al que los habitantes de aquella remota ciudad llamaban puerto. “Cajones y pescado”, pensó el hombre al pasarse por la frente su mano, signo del cansancio. Ya empezaba a sentir de otra manera el peso de la jornada en su cuerpo. Pronto cumpliría 55 años. “Cajones y pescado…toda una vida dedicada a esta tarea. Cajones, hielo seco y pescado.”. Por primera vez se permitía pensar que su vida podría haber sido de otra forma. ¿Se arrepentía? “Cajones y pescado”, gritó, de repente, pateando con su bota de goma reseca la última pila de cajones que cayó y se volcó sobre las maderas del muelle. Al ver esto, el hombre movió la cabeza con lentitud, sonriendo y sudando. Se detuvo un instante para contemplar la escena, tal vez queriendo leer el pescado caído, el cajón y el hielo desparramado sobre el maderamen del muelle como un signo, como un mensaje a descifrar, un símbolo del destino que le mostraba que su vida estaba siendo rutinaria, y que algo andaba mal con esa situación,
            Escuchó unos pasos. Una silueta se empezaba a dibujar en contornos, un movimiento que se acercaba a lo largo del muelle, y cuyo gris podía distinguirse a través del reflejo de las últimas luces del puerto de aquella ciudad poco habitada.
            Entonces escuchó una voz:

-Hola Mike. Veo que tuviste buena pesca- Era Henry su único amigo y tabernero del lugar que lo había visto amarrar y se acercaba a saludar a su amigo.
-Algo mejor que ayer. Al menos esta vez podré saldar mi cuenta contigo. Pero te diré un secreto: en la última red aparecieron unas antiguas monedas españolas.
-Muy bien, entonces llévame a verlas.





28 de marzo de 2014.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Umberto Eco y la metafísica medieval

Como todos los años, vuelvo a releer una de mis obras favoritas, El nombre de la rosa, del insigne escritor y semiólogo italiano Umberto Eco. Y hoy quiero compartir uno de los tantos pasajes que me resultan gratos. Sigo la traducción española que Ricardo Pochtar hiciera para Lumen. Situémonos en uno de los primeros capítulos, Primer día, Tercia, Donde Guillermo mantiene una instructiva conversación con el Abad. Previamente a la conversación de Fray Guillermo con el Abad Abbone, Adso vuelve sobre el episodio del caballo Brunello, en el cual Guillermo probó ante el cillerero Remigio da Varagine su fama de sabio y su agudeza: "...Aquel día no pude contenerme y volví a preguntarle sobre la historia del caballo.
-Sin embargo -dije-, cuando leisteis las huellas en la nieve y en las ramas aún no conocíais a Brunello. En cierto modo, esas huellas nos hablaban de todos los caballos, o al menos de todos los caballos de aquella especie. ¿No deberíamos decir, entonces, que el libro de la naturaleza nos habla sólo por esencias, como enseñan muchos teólogos insignes?
-No exactamente, querido Adso -respondió el maestro-. Sin duda, aquel tipo de impronta me hablaba, si quieres, del caballo como verbum mentis, y me hubiese hablado de él en cualquier sitio donde la encontrara. Pero la impronta en aquel lugar y en aquel momento del día me decía que al menos uno de todos los caballos posibles había pasado por allí. De modo que me ecnontraba a mitad de camino entre la aprehensión del concepto de caballo y el conocimiento de un caballo individual. Y, de todas maneras, lo que conocía del caballo universal procedía de la huella, que era singular. Podría decir que en aquel momento estaba preso entre la singularidad de la huella y mi ignorancia, que adoptaba la forma bastante diáfana de una idea universal. Si ves algo de lejos, sin comprender de qué se trata, te contentarás con definirlo como un cuerpo extenso. Cuando estés un poco más cerca, lo definirás como un animal, auqnue todavía no sepas si se trata de un caballo o de un asno. Si te sigues acercando, podrás decir que es un caballo, auqnue aún no sepas si se trata de Brunello o de Favello. Por último, sólo cuando estés a la distancia adecuada verás que es Brunello (o bien, ese caballo y no otro, cualquiera que sea el nombre que quieras darle). Este será el conocimiento pleno, la intuición de lo singular. Así, hace una hora, yo estaba dispuesto a pensar en todos los caballos, pero no por la vastedad de mi intelecto, sino por la estrechez de mi intuición. Y el hambre de mi intelecto sólo pudo saciarse cuando vi al caballo individual que los monjes llevaban por el freno. Sólo entonces supe realmente que mi razonamiento previo me había llevado cerca de la verdad. De modo que las ideas, que antes había utilizado para imaginar un caballo que aún no había visto, eran puros signos, como eran signos de la idea de caballo las huellas sobre la nieve: cuando no poseemos las cosas, usamos signos y signos de signos.
Ya otras veces le había escuchado hablar con mucho escepticismo de las ideas universales y con gran respeto de las cosas individuales, e incluso, más tarde, llegué a pensar que aquella inclinación podía deberse tanto al hecho de que era británico como al de que era franciscano. Pero aquel día no me sentía con fuerzas para afrontar disputas teológicas. De modo que me acurruqué en el espacio que me habían concedido, me envolví en una manta y caí en un sueño profundo..."

Encuentro particularmente bella la metáfora de la naturaleza como un libro. Más allá de la disputa entre esencialistas y otras posiciones que podríamos calificar muy apresuradamente como empiristas, creo que queda claro que el acto de lectura excede al libro, excede su formato, pues el leer pasa a ser un atributo propio del hombre, una capacidad que define al ser humano: el unir signos y signos de signos. La lectura define al ser humano como especie, y más allá de qué cosa se lea, a través de qué formato, de qué código, por medio de qué soporte, este animal symbolicum que es el hombre jamás dejará de relacionar los signos que se le aparecen en su experiencia del mundo para darle significado a éste y a sí mismo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Zaratustra dixit, catorce años después

Catorce años después de mi primera lectura, vuelvo a estas páginas. Cito por la traducción de Andrés Sánchez Pascual para Alianza Editorial, 1972, Parte I, Del leer y el escribir:

"...De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu...", p.69

"...Quien escribe con sangre y en forma de sentencias, ése no quiere ser leído, sino aprendido de memoria...", p.69.

sábado, 2 de julio de 2011

Rodolfo Walsh y la biblioteca de la abuela

Hoy por la mañana vi en canal Encuentro un documental de los tantos que han hecho sobre Rodolfo Walsh. La verdad que es una figura que me sigue impresionando gratamente. Desconocía la experiencia de Prensa Latina desde el año 1959 a 1961. Desconocía, también, su amistad con Jorge Ricardo Masetti y con Rogelio García Lupo. Pero era previsible. Me debo ver el nuevo documental sobre Masetti "La palabra empeñada" así como la lectura del texto de Jorge Masetti Hijo El furor y el delirio. La novela de Lanata Muertos de amor sobre la experiencia en Salta de Masetti no me gustó. Supongo porque el fuerte de Lanta no es la novela. Lo más llamativo fue que, cuando en el documental se comienza a hablar sobre las reuniones de intelectuales "clandestinas" en quintas alquiladas en el conourbano bonaerense, después de la noche de los bastones largos, supongo, aperece Noé Jitrik, presentado como amigo de Walsh. Jitrik, entre otras cosas, comenta que, por esos días, Walsh estaba leyendo una novela de Gilles Perrault, escritor francés, cuyo título es La orquesta roja, novela que a Walsh lo tenía muy entretenido, según Jitrik, y en la que Walsh se veía a sí mismo, en la que veía su porvenir como hombre-militante.
Al instante, aquel autor francés y aquel título resonaron en mi mente: recordé que al hacer junto con mi hermana Micaela la requisa de los libros de Tota, mi recientemente fallecida abuela con la que yo vivía, ese título me había llamado la atención; sobre todo el nombre del autor: no recuerdo si lo había escuchado nombrar en las clases de literatura francesa de Malvina Salerno en la FFyL de la UBA durante el segundo cuatrimestre del año 1998. Pero el nombre resonaba en mi mente. Y sobre todo, la editorial: estaba editado por EMECÉ, en el año 1973. Supongo que asocié inconscientemente el nombre de la editorial EMECÉ al de Jorge Luis Borges y por eso el recuerdo. Empecé, al instante, a reflexionar: ¿el momento que recuerda Jitrik en el documental es anterior a 1973? Yo creo que sí. Entonces Walsh la debe haber leído en francés, pues la primera edición francesa es de 1967, L' Orchestre Rouge por Librarie Anthème Fayard. Pero como yo no sé si Walsh sabía leer francés, quizá, supuse, haya tenido la oportunidad de leer alguna versión inglesa, hay una del año 1969, o alguna traducción al castellano anterior a la que EMECÉ publicara en 1973. Cuando vino Pablo, el comprador de saldos de la calle Corrientes con quien mi hermana y yo nos pusimos en contacto, dejó este título junto con otros títulos de la biblioteca de la abuela. Supongo que de allí, de esa coincidencia imprevista de acontecimientos, que surgiera mi risita cómplice con aquel movimiento del destino: Noé Jitrik nombraba a aquel autor y aquella novela que habían quedado grabados en mi mente, vaya uno a saber por qué. ¿Cómo habrá llegado a las manos de la abuela aquel texto de Perrault? Después, comentándole esta coincidencia a mi viejo, me dijo que la novela era suya. Entonces me dije: "¿Por qué subestimé el gusto y las lecturas de Tota, mi abuela? ¿Porque la mayoría de los títulos eran Best-Sellers románticos o de temas jurídicos como los de John Grisham?". Sin duda que aquel texto había llegado allí no por su propia inquietud lectora sino por préstamo o sustracción, como un Best-Seller más: le gustaban las intrigas fáciles y rápidas de leer. El comprador de saldos, por su parte, se llevó todos los Best-Sellers: claro, él conoce su negocio; y el texto que entusiasmó tanto a Walsh quedó en el fondo de la caja de cartón junto a un ejemplar de Alicia en el país de las Maravillas, de Lewis Carrol, que pertenecía a mi hermana Micaela y que, como ex libris dice en su primera página: "Micaela Pérez, 2º A". El ejemplar presenta tapas duras (que ya no están) y una contratapa roja, acompañado el texto con ilustraciones en blanco y negro. Yo tenía de la misma colección Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne y El último de los mohicanos de James Fenimore Cooper. Deben de andar por la biblioteca del altillo de mis viejos. Espero que mis hijos algún día los lean. Es un ejemplar de la Biblioteca Billiken Estudiantil de Editorial Atlántida y dice "Las novelas más famosas para niños y jóvenes. Obras maetsras de la Literatura Universal". Es la séptima edición, impresa en el año 1983; claro Mica empezó segundo grado de la primaria en 1984 en un colegio cuyo nombre no importa. Aquella colección de Editorial Atlántida existe desde mediados de los sesenta: la primera edición del libro de L. Carrol data de 1965. Rodolfo Walsh murió asesinado el 25 de marzo de 1977. Mica nació en 1976. Los libros impresos van guardando nuestra historia personal en sus anotaciones, en sus movimientos en el espacio y en el tiempo; y nos transmiten esa historia, de generación en generación, algo que los modernos libros electrónicos no pueden transmitir, aunque quisieran.
El texto de Perrault se salvó. Tampoco se lo di a mi amigo Matías: le regalé los de Tom Clancy y Robert Ludlum que leía la abuela y que a él le fascinan. Tampoco se fue con el lote de Frederick Forsyth, lote que conservó mi viejo, pues muchos títulos le pertenecían y los había perdido de vista (vemos cómo los libros cobran una vida propia), pues es un autor muy respetado por él. Enigmáticamente, el texto de Perrault permaneció en la caja de cartón con los otros pocos libros maltrechos que no encontraron un destino cierto. Permaneció en la caja hasta el día de hoy.
Este azar programático, esta casualidad, este señalamiento de las coincidencias me lleva por un solo camino: tengo que leer La Orquesta Roja. Cada cual tiene su propio sistema de coincidencias con los libros; lo importante, estar atento para decodificar esas señales que nos marca, si se quiere, el destino.

sábado, 29 de enero de 2011

Una noche de verano

Acá les va un pequeño cuento que escribí.

Una noche de verano

La abrazó con una inusual ternura. Inusual para él pero ella estaba acostumbrada. Muchos buscan un refugio, pensó. Le preguntó si había tomado whisky; sólo unas cervezas, le contestó. Ella sabía que no era así. Él sabía que ella sabía que no era así, pero mejor eso a la verdad. Siempre terminaba ahí cuando no soportaba más el silencio y la noche. Mil y una veces había contado la historia a quien quisiera oírla, como si el contarla pudiera hacer que terminara de una vez para él: sus hijos, el final de lo que empieza mal es peor que el principio, pero estaban los nenes que eran felices. Algo le gustó a ella, algo le permitió tener suficiente confianza: le contó de su hija, que había llegado de Paraguay hacía dos años y que su novio la había dejado. Y hablaron a su manera del cinismo de los hombres y de las mujeres. Él sabía que no iba a terminar, pero igual seguía. Y hablaban sobre sus relaciones, de mundos diferentes. Tenía las tetas perfectas, y se quedó pensando de cómo realmente había amamantado a su hija sin perder la firmeza de sus bustos: claro, era muy jovencita cuando fue mamá.

Quería besarla. Sólo le robo dos picos, pero en sus ojos algo le decía que había sucedido alguna transformación en su espíritu durante esos cuarenta minutos. Poder enamorarse de ella, de Noelia, fuese su verdadero nombre o no. Imposible.

–No te pierdas, le dijo ella mientras le abría la puerta y le daba un beso.

-Con suerte puedo llegar a bajar las escaleras, contestó.

Abajo, las luces de los autos; ya era jueves, y presentía que el sol de ese verano estaría particularmente fuerte. Le quedaban algunas horas para intentar conciliar el sueño. Vio, al salir, su reflejo en un espejo: una mueca parecida a una sonrisa. Había dejado algunos fantasmas, al
parecer, en el cuarto. Probablemente, por la noche ya lo habrían encontrado nuevamente, pero se sentía un poco más liviano.

viernes, 28 de enero de 2011

El folletín de verano

¿Por qué, me pregunto, un diario como Clarín retoma en el verano la forma del antiguo folletín para publicar la novela de Eduardo Belgrano Rawson El sermón de la victoria. Novela de la vida real? Confieso que no he leído nada de este autor todavía. Pero esto no es un impedimento, me parece, para poder hacerme algunas preguntas. Por otra parte, en otros diarios argentinos como Página 12 esta es una práctica habitual para la difusión cultural; es algo normal el encontrarse con "folletines" los domingos. Pero la pregunta sigue en pie: ¿por qué cuando nuestro inconsciente colectivo nos quiere hacer creer que esta práctica es obsoleta el cuestionado diario sale con un folletín? Quizá los expertos en marketing de este diario de gran tirada han descubierto que con el ocio estival la gente se conecta menos a internet y vuelve a formas tradicionales de relacionarse con la literatura. O posiblemente, descubrieron que la franja etaria que compra el diario impreso es la misma que consume la literatura en formato "tradicional" y mantiene el negocio editorial, del cual este grupo no es ajeno. ¿Qué piensan ustedes?